domingo, 20 de febrero de 2011

Una playa



Personalmente no soy muy amigo de la playa pero, y debo admitirlo, hay días como hoy en los que a uno de verdad le pica por meterse un chapuzón. Agregando esto a la primera afirmación, tampoco soy muy amigo de ir muy lejos (no puedo soportar un día fuera de Lima) en búsqueda de diversión… y con esto último quiero decir que si casi nunca se me ocurre estar en la playa, jamás se me ocurriría ir a una en el sur. Siendo sinceros: si alguien menciona la palabra “playa”, mi cerebro asocia el sonido con otra palabra… “Herradura”. Haciendo un recuento, y un poco para explicar mi predilección, mi familia lleva más de medio siglos yendo a la Herradura (para quien no lo sabe, o para quien no recuerda, esta playa tuvo su auge allá a mediados del siglo pasado, cuando Chorrillos era Chorrillos y el Centro de Lima era precisamente el centro de la ciudad), de modo que han podido presenciar cambios importantes no sólo con respecto a las edificaciones (¿alguien sabe si ya reabrieron La máquina del sabor o si aún hay gente que veranea en Las Gaviotas?) sino en relación a la playa misma. Así que en las líneas restantes les hablaré acerca de las transformaciones que yo he podido observar (de cómo recuerdo que era y cómo demonios está ahora).

Para los que me conocen saben muy bien lo mucho que yo puedo llegar a renegar acerca de la playa y los bañistas, pero tampoco puedo esconder que yo también fui playero y que en algún momento mi estación favorita del año fue el verano (estoy hablando de 1996 por lo menos), cuando ir a la Herradura dejando un día era obligatorio desde que comenzaba Enero hasta que tenía que pasarme arena en las piernas debido a las malaguas que salían por Cuaresma (“… mira mamá, son de muchos colores”). Para qué mentirles muchachos, era el paraíso: arena finita (excelente para armar pelotas de arena), agua cristalina, limpia, poca gente (esto también es importante), olas para todas las edades y todos los tamaños, los bufeos saltando en el horizonte (nunca supe que era un bufeo pero se parecen a los delfines) y la verdad es que con un lugar así, ¿por qué avergonzarme de haber sido playero? No recuerdo en qué momento se jodió todo, y para los que conocen del asunto saben que pasaré a hablar de las piedras que se posan en la orilla hasta el día de hoy. Piedras, montones de ellas, he escuchado que se ha vuelto el distintivo de esa playa, piedras, que raspan y hieren los pies, pero… ¿se han preguntado de dónde ostras salen tantas piedras? Digo, porque en la actualidad la Herradura parece más que una playa una fuente inagotable de materiales de construcción. Y por ahí, por ahí, preguntando a la misma gente que trabaja alquilando sombrillas y vendiendo cervezas te explicarán que la naturaleza puede ser perfecta pero no se salva de la estupidez humana, en otras palabras lo que te dirán es que las piedras llegaron después de que dinamitaran parte del cerro que separa a lo que fuera el paraíso de su contraparte, la Chira (así es, la playa donde mueren los niños por las granadas que dejan botadas los militares… un día tuve la desgracia de ir, no entiendo por qué… pero lo que si entiendo es que muchas gaviotas estaban tiradas sobre la orilla, muertas), que esa playa bien parece haber salido de una dantesca imagen del infierno. La idea era construir un pase que uniera el Edén con lo que bien podría ser el décimo círculo del infierno (aunque sólo existen nueve en el poema de Dante), y digo “idea” porque me parece que ni siquiera fue terminado… todo esto durante la gestión del alcalde chorrillano Augusto Miyashiro Yamashiro, reelegido cuchumil veces (ya que no todas sus ideas pueden ser malas… o desastrosas). Por otra parte tenemos la contaminación del agua, aunque esta no es muy frecuente hay que reconocer que hubo tiempos mejores, no he vuelto a ver el agua cristalina de antes. ¿Alguien más se ha fijado de cómo es que el mar avanza y la quita espacio a la arena seca? Pues en la Herradura parece que cada año el mar se come un par de metros de arena, de modo que en algún momento solo quedará una franja angosta, este fenómeno es verdaderamente interesante. Básicamente esos son los tres grandes cambios de los que me he percatado, lo alarmante es que la Herradura se esté transformando tan rápido (yo recién tengo 19 años y les estoy hablando de transformaciones ocurridas en el curso de 14 veranos). Sinceramente después de escribir esto me quedo con una pequeña duda: ¿qué demonios le pasa a esa playa durante los meses restantes? Estaría bueno averiguarlo. Sé muy bien que un texto como este generalmente termina en un llamado a la acción y todo pero lamento decirles que tampoco soy muy amigo de las causas perdidas, y digo “perdidas” porque estoy más que seguro de que mis hijos no llegarán a disfrutar de la Herradura.

Renato Guizado.